Burt Lancaster

Burt Lancaster, actor, director y productor estadounidense, cuyo nombre completo era Burton Stephen Lancaster, nacido en East Harlem (Nueva York) el 2 de noviembre de 1913, y fallecido en Los Ángeles (California) el 20 de octubre de 1994. Burt Lancaster era el menor de los cuatro hijos del matrimonio formado por James Lancaster, supervisor de correos, e Irish. Acudió a la escuela pública número 83 y luego a la Witt High School. A los dieciséis años, daba clases de gimnasia en la Universidad de Nueva York y de baloncesto en la Settlement House, mientras se entrenaba con el trapecista Nick Cravat, con el que, más tarde, formó pareja como saltimbanqui en dos películas memorables del género de aventuras, El halcón y la flecha y El temible burlón. Años después, durante la guerra, sirvieron en el Quinto Ejército, servicio especial, para el entretenimiento de las tropas que luchaban en ultramar. Licenciado en 1946, regresó a Nueva York, y, tras un breve paso por el teatro, fue descubierto por Mark Hellinger, quien le llevó a la Universal para interpretar, en la obra maestra de Robert Siodmak, Forajidos (1946). Siguió desenvolviéndose a las mil maravillas por la senda negra, asustando a Bárbara Stanwyck en un filme magnífico de Anatole Litvak, Voces de muerte (1948). Lancaster volvió a incorporar a un hombre físicamente dotado, pero sentimentalmente débil. Acabará siendo manejado por una mujer (como en Forajidos), ofuscado por el amor o por el deseo sexual. Inmediatamente, Lancaster interpretó el Dardo de El halcón y la flecha (1950), de Jacques Tourneur, y el pirata de El temible burlón (1952), de Robert Siodmak.. En la segunda, es un gallardo pirata en una de las piezas clásicas del género de aventuras, por no decir del cine en general. En ambas tenía un viejo amigo para, entre mandoble, galanteo y caída de velas, guardarle las espaldas: su mudo compañero Nick Cravat. En medio de estos dos clásicos, se fue, por primera vez, al oeste norteamericano, de la mano, curiosamente, de un gran experto en la aventura, Richard Thorpe, en El valle de la venganza (1951) su primer western. Pero volvió tres años más tarde con fuerza en dos magistrales muestras del género. Antes, en 1953, se dio el baño más famoso de la historia del cine, quizá porque lo hizo con una bellísima Deborah Kerr(encorsetada en un bañador atrevidísimo para la época), en el papel más erótico y seductor de toda su carrera, “De aquí a la eternidad” de Fred Zinnemann, se convirtió en un éxito enorme, consiguiendo ocho Oscars (incluido el de mejor película), valiéndole el primer premio de la crítica de Nueva York y una candidatura para el Oscar. Fundó, en 1947, junto al célebre guionista Ben Hecht la Norma Production, que, luego, con la incorporación de James Hill, pasó a llamarse Hecht-Hill-Lancaster.

Los frutos, por ejemplo, llegaron con Apache (1954), de Robert Aldrich, en ese mismo año, con Veracruz, del propio Aldrich. Lancaster incorporaba a un personaje, algo frustrado, con sonrisa asesina, vividor, tan detestable como encantador, todo lo contrario que Gary Cooper, su compañero, más tranquilo, justo, pleno de principios morales, y reflexivo. La actriz española Sara Montiel, lucía su maravilloso palmito entre estos dos monstruos de la pantalla. Se lanzó a la dirección con El hombre de Kentucky (1955), que no aportó nada nuevo a su carrera (volvió a repetirlo, muchos años después, en El hombre de medianoche -1974-, que corrió la misma suerte); y, ese mismo año, aportó una soberbia tranquilidad a su personaje de despreocupado italiano en La rosa tatuada, de Daniel Mann, junto a Anna Magnani, según la obra homónima de Tennessee Williams. Viajó, un año después, a Europa, para rememorar viejas acrobacias en Trapecio, de Carol Reed, una encantadora cinta de trapecistas que se lanzan en un triple salto mortal sin red. Estos temerarios del aire eran, aparte Burt Lancaster, Tony Curtis y una maravillosa Gina Lollobrigida. En 1957, regresó al Oeste interpretando al Wyatt Earp de Duelo de Titanes, de John Sturges, en O.K. Corral, ya llevado magistralmente por John Ford, en Pasión de los fuertes (1946). En esta ocasión, Dimitri Tiomkin compuso una pegadiza y original melodía que se hizo muy familiar. El Oscar le llegó con El fuego y la palabra (1960), de Richard Brooks, donde da vida, de manera sublime, bajo la apariencia del altruismo y de la generosidad, a un falso evangelista que, con la bendición de la religión, manipula, no sin un cierto regocijo, a las masas crédulas y traumatizadas a través del mítico chantaje del infierno. Con ¿Vencedores o vencidos? (1961), de Stanley Kramer, comenzó una serie de interpretaciones humanitarias y tiernas. Le siguió su alentador trabajo para El hombre de Alcatraz (1962) de John Frankenheimer, una interesante reconstrucción de la reconversión de un criminal en un ornitólogo de prestigio; y terminó con Ángeles sin paraíso (1963), una conmovedora película de John Cassavetes, sobre los niños con problemas para relacionarse con los demás. Ese mismo año marchó a Italia para ponerse a las órdenes de Luchino Visconti. Lancaster estuvo sublime como el Príncipe don Fabrizio Salina, en uno de los más bellos, frescos y románticos filmes de la historia del cine, además de histórico y político: El Gatopardo. Con Visconti, once años después, volvió a estar espléndido en Confidencias (1974). Lancaster se reencarnó en Visconti. En Italia, todavía tenía llegar otro título mítico. Esta vez obra de Bernardo Bertolucci: Novecento (1976), que, como El Gatopardo y Confidencias, volvió a fracasar entre sus compatriotas. La carrera cinematográfica de Burt Lancaster ha atravesado por distintas etapas: en los años cincuenta fue uno de los más insignes acróbatas del cine de aventuras; en los años sesenta, se rebeló como el más empecinado actor de culto; en los años setenta fue una baza segura para la producción en la que participaba, y en los ochenta gozó de una madurez gloriosa. Lancaster triunfó. Ha sido un competente profesional, en todo lo que hizo (no hay que olvidar que también para la televisión fue un inolvidable Moisés, en la serie de mismo título), durante más de cuatro décadas que dedicó al cine. Sus personajes son ya, hoy, nombres inmortales que han quedado en la retina del cinéfilo enamorado, desde su temible burlón hasta su Príncipe Salina, desde Dardo hasta el rastreador de Ulzana, en Alcatraz o en Atlantic City, encima de un trapecio o entre el polvo del O.K. Corral. Burt Lancaster, con su sonrisa burlona o su gesto melancólico, difícilmente encontró parangón al otro lado de la pantalla, delante de una cámara. Falleció el 20 de Octubre de 1994, en su casa de Los Ángeles, como consecuencia de un infarto de miocardio. Sus restos se encuentran en el Cementerio Westwood Village Memorial Park de Los Ángeles, California.

FILMOGRAFIA:


VÍDEO BIOGRAFIA:



Recomendados para tí

2 Comments

  1. Una de las más grandes estrellas de acción que ha dado el cine, el atleta del cine de aquella época. Muy buena publicación, interesante, completa y fácil de leer, seguir asi, Felicidades por la página en general

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *