Actor y director de cine estadounidense nacido en San Francisco en el año 1930. Tras acabar sus estudios primarios, en plena época de la Gran Depresión, tuvo que ganarse la vida en diversos trabajos: fue leñador, albañil y obrero metalúrgico. Después de pasar cuatro años en el ejército, a partir de 1954 trató de hacerse un lugar en Hollywood como actor secundario. Debutó en la Universal, en títulos relacionados con la serie La mula Francis; su primera actuación fue en Francis Joins The WACS (1954), de Arthur Lubin, a la que siguieron algunos trabajos para la televisión. Pero fue en Italia donde hizo fama y fortuna con el personaje del «Hombre sin nombre», el héroe de los geniales westerns de Sergio Leone: Por un puñado de dólares (1964), La muerte tenía un precio (1965), y El bueno, el feo y el malo (1966), consideradas obras canónicas del spaghetti western (producciones de bajo presupuesto basadas en el western americano realizadas en Europa, especialmente en Italia). De las tres, El bueno, el feo y el malo es el spaghetti western por excelencia, a caballo entre la contundente efectividad expositiva de las anteriores. Esta especie de trilogía catapultó a Eastwood al estrellato, ayudándolo a consolidar su imagen. Su carisma, su perfil alto y algo desgarbado y un rostro seco, con una reducida gama de gestos, aunque de gran expresividad, le convertirían con el tiempo en uno de los actores más apreciados de Hollywood. De regreso a los Estados Unidos, Eastwood fundó la productora Malpaso y acrecentó su prestigio a partir de su colaboración con el director Don Siegel, en especial a través del personaje de Harry Callahan, un policía con maneras muy particulares, duro, violento, autosuficiente y no desprovisto de cinismo. Calificada por la crítica como película de tono fascistoide, sus seguidores sólo ven en Callahan a un personaje creado en base a los principios del más puro romanticismo, con su propia moral, independencia de normas y libertad de acción. Poco a poco, en las siguientes películas, el personaje adquirió mayor sentido del humor y perdió parte de su violencia. Las siguientes entregas serían Harry, el Fuerte (1973), Harry el Ejecutor (1976), Impacto súbito (1983) dirigida por él mismo; y La lista negra (1988). A lo largo de los años setenta, Eastwood trabajó para otras productoras con las que obtuvo importantes éxitos, como La leyenda de la ciudad sin nombre (1969), un western atípico rodado en clave musical que no obstante logró conectar mayoritariamente con el público. Eastwood dio muestras de poseer un especial olfato cinematográfico no sólo para intervenir en filmes que le proporcionaban dinero y fama, sino también para descubrir valores jóvenes a los que ofreció la oportunidad de intervenir en un cine con importante proyección comercial; es el caso Michael Cimino, con quien trabajó en Un botín de 500.000 dólares (1974). En el terreno de la interpretación, Eastwood se iba convirtiendo en un actor que entroncaba con la antigua tradición de Hollywood, un artista cuya presencia se hacía sentir en la taquilla y que conseguía dotar de personalidad a las películas. Todavía en los 90, más de un título logró un triunfo de público y hasta buenas críticas como consecuencia de la interpretación de Eastwood; tal es el caso de En la línea de fuego (1993), en la que encarnaba a un guardaespaldas presidencial a quien los años comienzan a pesarle física y moralmente. Como director, Clint Eastwood se ganó poco a poco el respeto de la crítica por su clásico enfoque de la realización y por su capacidad para manejar la acción con fluidez, sin restar por ello profundidad psicológica a los personajes ni fuerza dramática y humana a los conflictos planteados. En ocasiones sumó a su labor de director la de intérprete de sus propios filmes, sin que una actividad ahogase a la otra. Comenzó con Escalofrío en la noche (1971) y, desde mediados de los ochenta, una serie de títulos destacados demostraron su valía como realizador.
Así, dirigió y protagonizó El jinete pálido (1985), un western de reminiscencias bíblicas donde consiguió actualizar un género que parecía agotado por el cambio de los gustos del público. Su película Bird, basada en la vida del saxofonista Charlie Parker (papel brillantemente interpretado por Forest Whitaker) obtuvo en 1988 un gran éxito internacional y acrecentó el respeto de la crítica. En 1989 dirigió y protagonizó un filme que no llegó a obtener todo el éxito que se esperaba, pero que demostró su valentía y originalidad a la hora de escoger los planteamientos: Cazador blanco, corazón negro. Inspirada en el rodaje de La reina de África, la mítica película de John Huston, Eastwood se reservó el personaje del propio Huston, de cuya personalidad realizó un certero análisis. La fértil y a la vez sugestiva carrera de Clint Eastwood como director encontró en 1992 una de sus expresiones más definitivas en la irrepetible Sin perdón. Dedicado a Sergio Leone y Don Siegel, maestros de los inicios de Eastwood en el cine como actor, Sin perdón es un western que, décadas después de la aparente muerte del género, consigue recuperar y recopilar toda la tradición del mismo y de la propia carrera de Eastwood. Desde los fordianos planos en que las mujeres se distribuyen en una dolorosa coreografía en los porches del poblado para ver llegar a los protagonistas, esta obra maestra de Eastwood es un sombrío y crepuscular recorrido por el cansancio del héroe y su imposible redención. La cinta recibió, entre otros, el Oscar a la mejor película y a la mejor dirección, y consagró a Clint Eastwood como a uno de los más sabios cineastas del momento. Si Sin perdón es el western definitivo de Eastwood, en cierto modo Los puentes de Madison (1995) fue su melodrama definitivo, en una década en que el talento creativo de su director se encontraba en irrepetible estado de gracia. Los puentes de Madison es una valiente propuesta melodramática sustentada tan sólo en el amor al cine, un prolongado rondó entre dos personajes (el propio Eastwood y una excelente Meryl Streep) que evolucionan ante una cámara fascinada por cada uno de los gestos, de las miradas, de las palabras que se dirigen mutuamente.
La tremenda catarsis emotiva que es capaz de suscitar Eastwood a través de la imagen queda transparentemente revelada en el arrebatador tercio final, en el que el suspense sentimental alcanza cotas de inusitada desnudez, algo que también se encuentra en la espléndida Un mundo perfecto (1993), melodramático thriller de iniciación sentimental entre un reo fugado (Kevin Costner) y un niño raptado por éste en su huida. El aplastante clasicismo de Eastwood le lleva, a lo largo de su filmografía, a una límpida recuperación de las mejores tradiciones del cine estadounidense, con una admirable honestidad estética y ética, algo que, como ya se ha dicho, deriva de las apasionadas lecciones aprendidas de John Ford, así como de sus hermanos de sangre Siegel y Leone. Después de varias décadas de profesionalidad, Clint Eastwood es considerado un maestro de la dirección, e incluso se aprecia que su trabajo interpretativo ha mejorado con los años. Artísticamente ambicioso, su estilo aspira siempre a la perfección, tanto interpretativa como de dirección, búsqueda que no ha estado reñida con el éxito de taquilla. Entre sus últimas películas sobresalen la citada Un mundo perfecto (1993), Medianoche en el jardín del bien y del mal (1997), Ejecución inminente (1999) y Space Cowboys (2000). Mystic River (2003) recibió varios premios tanto en los Globos de Oro como en los Oscar, sobre todo para sus actores masculinos, Sean Penn y Tim Robbins. Lo mismo ocurrió con Million Dollar Baby (2004), un drama trágico sobre una mujer que se empecina en ser boxeadora con el fin de triunfar en la vida, para lo cual entabla una intensa relación con un ex púgil que se dedica a entrenar. Protagonizada por el propio realizador, y por Morgan Freeman y Hilary Swank, la película obtuvo cuatro estatuillas en la edición 2005 de los Premios Oscar: mejor director, mejor película, mejor actriz y mejor actor de reparto. En 2006, el actor y cineasta dirigió Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima. Con 76 años, Eastwood daba un nuevo giro de tuerca a su larga carrera con una profunda meditación sobre la esencia del heroísmo, analizado desde una postura de absoluta independencia.
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