Boris Karloff, en La Momia
¿Qué había de terrorífico en aquellas películas?, ¿Cuánto pavor en esos personajes tan increíbles como fantásticos?, ¿Se les puede catalogar realmente de Monstruos aterradores?…
¿De verdad daban miedo?… y es que cuando uno revisa, por enésima vez, los grandes clásicos de terror de la Universal, y la evolución de aquellos maravillosos Monstruos, que dieron pábulo a las versiones contemporáneas portadoras ahora de la fama, entiende que lo fantástico, el horror, o el miedo, radican precisamente en corroborar, que casi un siglo después, aquellas películas siguen siendo eso…¡¡¡FANTÁSTICAS!!!
“La momia” fue el tercero de los grandes Monstruos en aparecer (aunque hubo alguno más, podríamos acotar el número a cinco, los dos ya disfrutados en este serial, más nuestra Momia y los venideros Hombre Invisible y Frankenstein, por su impacto en nuestras memorias, y sobre todo por el gran número de secuelas que de ellas se filmaron). Atrás quedaban las arrolladoras apariciones de “Frankenstein”, y de “Drácula”, con quien, por cierto, “La Momia” compartió numerosas y flagrantes similitudes. Así, la cosa ya empieza a cantar cuando escuchamos “El lago de los cisnes” de Tchaikovski sobre los créditos iniciales de ambas pelis; lo sospechamos, al presenciar la idéntica puesta en escena de Ardeth Bey, momia hecha carne, con aquella de Drácula, y el poder hipnótico de los ojos brillantes de ambos dos, para someter a su voluntad a todo aquel que se atreviera a mirarles; o en el hecho de que un mismo actor, asuma idéntico rol en una y otra peli y así, fueron el gran Edward Van Sloan el que dio vida a Van Helsing y al Dr. Müller, respectivamente, como encargados de descubrir y acabar con el malo… y el sosísimo David Manners en la figura de amante desdichado de la protagonista femenina, la cual en ambos casos, además, era víctima del embrujo, o de una atracción erótico festiva ¡quién sabe!, hacia el galán monstruoso…, y la cosa ya huele, cuando aparece una pequeña esfinge egipcia en “La Momia”, a modo de “cuélguesela usted del cuello para protegerse del malvado”, como ocurría con el crucifijo en Drácula…
Bien sea porque a los guionistas se les empezaban a terminar las ideas o bien porque estaba de moda el rollo egipcio, (hacía sólo diez años que Howard Carter había descubierto la tumba de Tutankamón), o lo más probable, ambas cosas, en 1932 Karl Freund dirigió esta estupenda película, y lo fue en gran parte porque la momia iba a ser ni más ni menos que “The Uncanny”, Tras el éxito de Frankenstein ni podía, ni debía ser otro…
“…Que la muerte y el castigo eternos caigan sobre quien abra este cofre; en el nombre de Amón Ra el rey de todos los dioses…”, cofre, que junto a una imponente momia, habían sido hallados por una expedición arqueológica del British Museum en 1921 en Egipto,… obviamente… lo abrirían.
En el mismo momento en el que el pergamino, contenido en el cofre avisador, es leído por el imprudente caza tesoros, se desata la trama, pues resulta ser resucitador de la momia descubierta en el lote. Vemos cómo Karloff, convertido en momia, con un maquillaje tan espectacular como meticuloso y creíble, (obra del mítico Jack Pierce, culpable de los mejores maquillajes posibles de nuestros grandes Monstruos), vuelve en sí ya como Imhotep, tras miles de años de espera, (había sido momificado en vida por intentar resucitar a su amada princesa muerta con ese mismo pergamino, en un claro caso de sacrilegio, pues al parecer estaba muy mal visto, en aquella época, andar resucitando muertos), y tras hacerse con el papiro de marras, se da a la fuga bajo la delirante y atronadora risa de aquel osado que con sus palabras devolvió a la vida a nuestro protagonista.
Once años después, y para pasar desapercibida, nuestra momia, se presenta como lugareño, Ardeth Bey, y será responsable de que una nueva expedición descubra la tumba de su amada, la princesa Anck-es-en-Amon, a la cual tratará de resucitar, para consumar ¡¡¡por fin!!! su amor a través del cuerpo de la protagonista femenina, Zita Johan, y por medio del pergamino mágico; pero ya saben…Van Helsing andaba por allí y no se lo pondría fácil; en efecto, acabó reducida a cenizas…
En la evolución del personaje, a lo largo de este ciclo de terror de la Universal, hay dos hechos que lo diferencian del resto de Monstruos clásicos; el primero es que, no se sabe muy bien el porqué, la Momia no siguió al resto de Monstruos en las secuelas en las que todos iban de la mano, “La zíngara y los monstruos” de 1944 y “la mansión de Drácula” de un año después.
¿Quizás Lon Chaney, quien por supuesto heredaría de Karloff los vendajes en las pertinentes secuelas, no daba abasto…? El segundo hecho es que esta momia no tuvo secuelas propiamente dichas, es decir, más momias por supuesto que tenía que haber, y las hubo, pero no se optó por resucitar a Imhotep, que fue la original, al estilo de Frankenstein o El Hombre Lobo, que lo hacían y morían una y otra vez, sino por crear una nueva, Kharis, que ya si fue fiel al patrón clásico de ahora me muero, ahora resucito.
Así, como digo, “La mano de la Momia”, tardó ocho años en aparecer y no fue realmente una secuela de “La Momia”; es la misma historia contada de otra forma. El personaje perdió muchísima fuerza y credibilidad, en gran medida porque el maquillaje de Jack Pierce, se convirtió en un disfraz de quita y pon, que ni tan siquiera disimulaba la sustancial barriga de Tom Tyler, que actuaría de momia-puente entre Karloff y Chaney. Tiene en común con la primera parte, la alberca en la que los malos tienen sus visiones pasadas y futuras, e incluso el flashback de aquella es idéntico al que aparece aquí, filmando nuevamente las escenas en las que aparecía Karloff con el tal Tyler.
Kharis, la Momia, se presenta latente y su misión es proteger la tumba de la princesa Ananka, de los saqueadores occidentales de tumbas y tesoros egipcios, pero para mantenerla viva hay que darle una pócima a base de unas hojas de tana cada noche, en concreto nueve. “…Quien profane los templos de los dioses tendrá como destino una muerte cruel y violenta…”. Maldición que consistió: en liar a los ladrones, que buscando la de Ananka encontraron… la tumba de Kharis. Al final, tras las inevitables bajas ocasionadas por la momia, esta fenecerá quemada “viva” por el galán de turno en pleno rescate de la chica de la expedición, también de turno.
A esta le siguió “La tumba de la momia” en 1942; con Chaney, ya al mando de las operaciones, el guión no podía ser otro, y así, al más puro estilo Hombre Lobo, Kharis está de nuevo entre nosotros, pues las vendas resultaron ignífugas en la entrega anterior y ahora su venganza será terrible contra todos aquellos que profanaron su tumba. A partir de esta tercera, o segunda de la saga, según si contamos o no la primera, la calidad de las cintas decayó enormemente, y sólo el atractivo del personaje mantenía viva una trama carente, ya no de lógica, algo que no se le puede exigir a ninguna de estas maravillosas películas, sino de cierta coherencia argumental. Parecía como si se hubieran agotado las ideas de aquellos geniales locos guionistas, pero aun así, había que seguir haciendo pelis como si fueran churros. Claro ejemplo es el final de esta cinta, un calco de Frankenstein, pues la momia secuestra a la prometida del último de los destinados a morir por aquella profanación, y la plebe garrote y antorcha en mano se echa a la calle en su busca…Finalmente y tras rescatar a la chica, nuestro Kharis fallece envuelto en llamas!!!… Nuevamente, ¿Acaso no vieron la precuela?…No aprenderán…
Ya en 1944 se presentaron las dos últimas de la saga más irregular del repertorio, “El espectro de la Momia” y “La maldición de la Momia”, en ambas Kharis era inmortal sí o sí, prendido fuego o no, el hecho es que por allí andaba de nuevo y el fluido mágico de las hojas de tana, (al más puro estilo Astérix y sus galos), era lo único que necesitaba para darle movimiento a ese torpe cuerpo que arrastraba la pierna izquierda y mantenía el brazo derecho en cabestrillo con un estilo tan peculiar como imaginativo; por cierto la panza de Chaney iba en aumento y el disfraz, pues no tanto… y es que, a mi juicio, fue el maquillaje, y por supuesto el porte del gran Boris, una de las claves que tanto le aportó al clásico imperecedero de 1932, y a su vez, la que tanto le iría restando en las posteriores secuelas.
Consideraciones aparte acerca de Abott y Costello, con quien nuestro protagonista tuvo su encuentro, como no podía ser de otra forma en 1955, seguramente la serie de la Momia es la más dispar en la relación de calidad entre la original y las que le siguieron, casi un calco las unas de las otras, quizás fuera, como ya se dijo, por querer hacer carrera en solitario y no mezclarse con el resto de Monstruos o quizás porque se decidió estirar demasiado lo que no daba para más…sea como fuere aquel Imhotep se ganó el derecho a ocupar lugar destacado entre los más célebres Monstruos clásicos, en concreto a la diestra de Drácula y siniestra de Frankenstein, como uno de aquellos que tanto nos hicieron disfrutar…y atemorizarnos.
Articulo escrito por nuestro colaborador César Bela
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